Adela Calderón de Lahr (1901-1978)
Primera Librera Anticuaria de Argentina y Miembro Fundador de Alada (1901-1978)
Recuerdos de su nieta, María Teresa Lahr
El libro antiguo siempre conservará su irreemplazable valor para las sociedades de todos los tiempos como cofre de referencias e hitos históricos, recuerdos, reliquias, valiosas joyas de las que nos enorgullecemos, y también de todo eso que quisiéramos ocultar… raccontos y anécdotas de personajes que no olvidamos; narraciones vívidas de paisajes, costumbres y usanzas que nos transportan a tiempos y lugares que definen lo que somos hoy. En lo personal el Libro Antiguo lleva un sello muy especial para mí: me recuerda a quien fuera en su momento la primera mujer librera de Buenos Aires: Adela Margarita Calderón de Lahr, mi abuela.
A mis 65 años hoy aún está presente en mí esa mujer espléndida, inteligente y visionaria a quien acompañaba a su trabajo como directora de la Librería Kraft, alternando entre retos, cantos y cuentos, en mi primera infancia. Cansada de lidiar conmigo y mis travesuras, y para entretenerme, me presentó un día ante sus vecinos de la casa de música Riccordi, también en la calle Florida como la librería, quienes me regalaron un par de castañuelas, hecho que no habría previsto y seguro lamentó porque mis fervorosas prácticas la aturdían al son de taconeos españoles.
Me conmueve recordar la infinidad de matices que coloreó nuestra historia juntas, comenzando con el amor de tenernos y concluyendo con el dolor de perdernos. Tan rodeada de libros estuvo siempre que llegué a odiarlos por celos, y también porque trabajaba junto a ella desde pequeña para ayudarla. Entre estornudos y protestas plumereaba esas polvorientas bibliotecas, y salía encomendada a recorrer los barrios para hacer diligencias entre libreros, coleccionistas y escritores, como Carlos Codesal, Antonio Santamarina, Antonio Carrizo, Horacio Porcel, Luis Lacueva, García Cambeiro, Alfredo Breitfeld, Pablo Keinz, Ezequiel De Elía, Héctor Kohan, Francisco Pardo, Bioy Casares, Silvina y Victoria Ocampo entre tantos otros.
Adela Margarita fue mi abuela, mi papá y mi mamá, y representó y vivió cada uno de esos personajes con creces y todos los laureles; era una de esas Grandes que cada tanto irrumpen de la nada y van dejando huellas que marcan el rumbo a quienes van llegando con sed de saber… de saber ser, comprender, nutrir, compartir.
Así, el mismo año en que ella partió nació mi hija a quien en su honor llamamos Margarita. Y un día, luego de mucho tiempo y como si mi abuela me guiara fui a la librería Fernández Blanco donde conocí a Lucio Aquilanti, su dueño, y vaya sorpresa la que allí me esperaba: los clarinetes del destino anunciarían meses después la unión en matrimonio de Lucio con mi hija Margarita. Y para que Adela conserve su lugar siempre entre los libreros argentinos, Lucio eligió un rincón de la librería para ubicar una fotografía de ella, en antiguo y decoroso marco desde donde su presencia custodia el buen trabajo de todos en el tiempo. La recordamos como esa primera mujer que sorprendió a los libreros argentinos con su osadía de ponérseles a la par, trayendo consigo el aroma fresco de los brotes nuevos y ese sabor picantito que acompaña los chismorroteos de las esquinas.
Y finalmente yo, su nieta y casi hija, me permito traerla hasta estos nuevos tiempos de tecnología acelerada para que inspire nuestra calma en el deleite de la buena lectura, eterna compañera y maestra del humano.
¿Será también que la hijita de Lucio y Margarita, Paloma, volará y hará su nido en la librería?