Sobre el “Diccionario de juguetes argentinos”
Los bibliófilos suelen sentir fascinación por las historias que se tejen alrededor de los libros. Las circunstancias en que una obra fue escrita, los avatares de su edición, incluso las anécdotas relacionadas con la vida personal de los autores, que a veces encienden la conversación en las tertulias librescas más que sus valores literarios o ubicación en la historia de la literatura. Por algo tienen tanto éxito las biografías noveladas o los programas de chimentos.
Pero no todo es frivolidad en el mundo de los amantes del libro, también existen historias sobre aquellos libros que fueron centrales en nuestras vidas.
En ocasiones fue una lectura que nos abrió nuevos horizontes, en otras la escritura nos exorcizó o llevó a la perdición. Todo librero ha sido protagonista directo o indirecto de alguna de estas vivencias trascendentales. Siguiendo esa línea me propongo contar brevemente mi experiencia como editor de un libro que significó un punto de inflexión en mi vida. Tengo la esperanza de que este gesto sirva de impulso para que muchos colegas se animen a compartirnos una historia personal alrededor de un libro especial. El editor que como todos llevo adentro, empieza a visualizar una posible antología …
Bien querría que este texto fuese un prólogo interminable a lo Macedonio Fernandez, pero temeroso de que mi irresponsabilidad despierte la ira de quienes me solicitaron esta nota, pasaré sin más a los hechos.
Corrían los últimos años de la primera década del actual siglo y yo estaba por cumplir 25 años trabajando en la imprenta familiar a la que había ingresado en mi adolescencia cuando era un pequeño y ruidoso taller impregnado por el aroma de las tintas de anilina al alcohol. Con los años y gracias a la moderna y silenciosa tecnología escandinava, comenzó a parecerse cada vez más a un laboratorio farmacéutico. Junto a mis hermanas logramos superar las recurrentes crisis de nuestro país, saliendo revitalizados de cada una de ellas. Mi padre que había fundado y conducido con pulso de viejo lobo de mar la empresa, se retiraba paulatinamente y el futuro estaba en las manos de la nueva generación. El horizonte era prometedor pero había que superar otros desafíos, en particular el de nuestras distintas visiones y proyectos para el crecimiento de la empresa. Cuando percibí que nuestras posiciones eran opuestos difíciles de conciliar, llegué a la conclusión de que tanto para mí como para la armonía familiar y de la empresa lo mejor era retirarme de manera consensuada y amigable. Un par de años después, la venta de la imprenta a un grupo japonés me confirmó que esas diferencias eran reales y también que mi intención de tratar de mantener el formato y el espíritu de Pyme familiar nacional era naïf.
Al dejar la empresa me propuse dedicarme de lleno e intentar vivir del comercio de juguetes y libros antiguos, materiales que desde hacía más de diez años venía coleccionando de manera sistemática, acumulando en mi casa y en otros depósitos una cantidad tal de piezas que comenzaba a generar preocupación en mi pareja. Como tantos coleccionistas, pasar al otro lado del mostrador para dedicarme formalmente al comercio, fue la manera que encontré para estar en contacto permanente con el material que me apasionaba. Tenía la excusa perfecta para comprar indiscriminadamente y sin culpa todo lo que considerase de algún valor.
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No recuerdo cómo conocí a Daniela Pelegrinelli, pero sí que mucho antes de nuestro primer encuentro ya había escuchado bastante en el ambiente sobre un libro mítico en el que venía trabajando hacía muchos años, el “Diccionario de juguetes argentinos”, obra que ya desde su título generaba muchísimas expectativas en la minúscula pero intensa comunidad de coleccionistas y comerciantes de juguetes. Sí me consta que a poco de conocernos, trabamos una firme amistad y convinimos embarcarnos juntos en la edición independiente de su libro. Hicimos un acuerdo de palabra en el que Daniela planteó los requisitos básicos que ella imaginaba y pretendía para la edición, los que rápidamente acepté ya que eran razonables y beneficiosos para el proyecto. Supongo que un punto de comunión más allá de nuestro común interés por la historia de los juguetes en Argentina, fue que ambos valoramos los libros como principal dispositivo de saber y placer, premisa poco común en el ambiente del coleccionismo de juguetes donde generalmente todos los esfuerzos e inversiones se dirigen a conseguir más piezas. Como contracara a esta dinámica ágil y autogestiva, la experiencia de Daniela en el ámbito editorial formal había sido estéril. Si bien un par de sellos importantes habían estado interesados en su manuscrito -incluso llegando a firmar un precontrato- nunca se atrevieron a encarar su publicación con lo que el acuerdo caducó. Sospecho que al no entender el mundo del coleccionismo de juguetes, les resultó difícil encontrar la forma adecuada para insertarlo en el mercado, pero también creo que en general la industria editorial huye de los libros atípicos, en particular aquellos que requieren tiempo e inversión para editarse correctamente. Por el contrario en mi caso, saber de la existencia en ciernes de una obra que aportaba información fundamental y no encontraba un editor a su altura, más que un desafío se me presentó como un deber.
Durante un año aproximadamente trabajamos metódicamente para darle forma final a un texto que ya estaba listo y que justamente por eso necesitaba lecturas, atención y múltiples decisiones para transformarse en libro.
Hay pocos trabajos más apasionantes y demandantes que editar. Hoy existe la carrera de edición pero hasta hace poco era un oficio que se aprendía con la práctica. Todo amante del libro debería editar algún libro que considere imprescindible, ya que se aprende muchísimo sobre cada uno de los temas que conforman un libro, tantos los técnicos como tipografía, diseño, imprenta, papeles, etc,etc, cómo también aquellos relacionados a la creación literaria, aunque en este caso la acción del editor pasa más por apuntalar en su tarea al autor respondiendo sus consultas o haciendo algún comentario puntual (Siempre a partir de una lectura atenta y amorosa) como el confidente en cuestiones sentimentales no es prudente dar opiniones apresuradas pero hay que tener temple para intervenir con las palabras justas cuando percibimos una zona de riesgo que el autor no ve.
En cada uno de los múltiples rubros técnicos trabajamos con amistades o conocidos que hicieron valiosos aportes al libro y si bien esta cercanía no nos eximió de conflictos o discusiones inevitables, la confianza facilitó llevar las mismas a buen puerto.
Durante todo ese año seguimos incorporando imágenes que se sumaron a la selección inicial de Daniela, conformada por una amplia variedad de imágenes de juguetes, catálogos, patentes y marcas, fotos de familia de niños con juguetes y propagandas de revistas infantiles Mi archivo y colección sirvieron como fuente de imágenes e información para completar vacíos e ilustrar algunas entradas del diccionario. También salimos a buscar más material en mercados de pulgas e Internet.. Finalmente, llevados por el entusiasmo agregamos al proyecto original del diccionario -texto e ilustraciones BN- un cuadernillo color que con la lógica del libro álbum mostraba cómo la industria del juguete abordó distintas temáticas a lo largo de la historia. Disfrutamos durante el proceso sabiendo que el libro estaba cada vez más cerca. Siento que parte de esa buena onda y juego que nos permitimos en la última etapa se materializó en el libro, facilitando que su lectura se volviese más amable para el público no especializado, lo que por cierto era nuestro objetivo.
Por razones de costos y afinidad imprimí en una imprenta chica que me permitió estar a pie de máquina y aprobar cada pliego color.
Hicimos la presentación a sala colmada en el teatro de Celcyt con un brindis posterior en mi local para el círculo más cercano. Destiné un pequeño presupuesto para contratar una agencia de prensa, acción que tuvo mucho rédito ya que el libro tuvo no solo muy buenas críticas sino también una gran repercusión en la prensa a través de múltiples notas en diarios, revistas, radio y televisión.. Seguramente la temática y la atractiva portada y diseño interior del libro colaboraron a este éxito. Distribuimos de manera directa y en un grupo acotado de librerías y la tirada de 1500 ejemplares se agotó en menos de tres años, momento en que lo pusimos accesible al dominio público de manera digital. No creo haber ganado plata pero seguramente tampoco perdí, lo cual era mucho más de lo que esperaba.
Terminando el Diccionario, Daniela se encargó de montar y posteriormente dirigir por varios años el Museo del Juguete de San Isidro, cuya visita recomiendo. Asimismo comenzó a trabajar en un libro sobre las muñecas Marilú, el que luego de muchos años de investigación y trabajo terminó el año pasado y próximamente será presentado por la editorial Ampersand en su colección de moda.
En lo personal la edición del Diccionario significó el cierre de mi etapa en la imprenta familiar y una inmejorable presentación como comerciante anticuario de juguetes, oficio que junto al de Librero anticuario desempeñé durante más de diez años, hasta que hace un año decidí retirar de la venta todo el material infantil de El Juguete Ilustrado -tanto juguetes como fotos y libros- para que sumados a mi colección, formen parte del acervo inicial de una Fundación que tendrá como sede unas oficinas que heredé tras la muerte de mis padres durante la pandemia y que están ubicadas en el edificio en dónde funcionó la redacción de la revista Sur.
El único libro que edité luego del Diccionario fue un diario de viajes de mi papá a partir de las notas que tomara durante sus jornadas de agrimensor y en sus exóticos viajes con mamá. Al igual que con el Diccionario decidí incorporar un cuadernillo de imágenes para lo cual revisé a las apuradas pero exhaustivamente el archivo de fotos familiares. Papá que tenía 92 años en ese momento estaba muy ansioso porque el libro estuviese impreso antes que él muriese, cosa que logramos. Quedó muy contento y orgulloso con su libro, que de alguna manera sentía como parte de un legado para sus nietos.
El próximo libro que quiero editar es una Historia del libro infantil Ilustrado en Argentina. Es un viejo anhelo y al igual que con el Diccionario siento que es un trabajo que no solo vale la pena, si no que es necesario. Tarde o temprano espero poder editarlo, seguramente con el sello de la fundación.
Muchos colegas de ALADA son o han sido editores de manera regular o circunstancial. Ral Veroni, Eduardo Orenstein, Dirán Sirinián, Luís Figueroa, Javier Moscarola, entre otros.
Para mí editar es una actividad tan hermosa como a veces necesaria.